Los smartphones flexibles son ya toda una realidad. Modelos como el Galaxy Fold de Samsung han demostrado que es posible crear terminales de este tipo sin hacer sacrificios a nivel de calidad de acabados, y tampoco de diseño ni de rendimiento.
El único problema real que presentan actualmente los smartphones flexibles es el precio de venta. Son caros, muy caros, y parece que la situación no va a mejorar durante los próximos trimestres debido a una escasez de componentes que son básicos para construir dichos terminales.
Fuentes de la cadena de suministros indican que tanto Samsung como Huawei han optado por hacer una aproximación cautelosa al sector, y que han llevado a cabo una demanda muy limitada de componentes para sus dos terminales flexibles. Esto quiere decir que algunos de esos componentes ni siquiera han entrado en una auténtica fase de producción en masa.
En este sentido se habla, por ejemplo, de las pantallas OLED flexibles y de las bisagras. Ambas tienen un suministro muy limitado, y las segundas representan un desafío importante que ha impedido dar inicio a una verdadera etapa de producción en masa, ya que tienen que ser mucho más resistentes que las bisagras utilizadas en ordenadores portátiles, y también mucho más pequeñas.

El precio de los smartphones flexibles acabará bajando con el tiempo, de eso no hay duda, pero el suministro no mejorará hasta al menos 2020, así que esa reducción de precio podría ser más lenta de lo que imaginábamos. Se especulaba con que este tipo de terminales podría bajar de los 1.000 euros en tres años, es decir, en 2021, una previsión que podría no cumplirse.