
Estaba más o menos claro, pero a través de Asus lo hemos podido confirmar: el nombre de la próxima versión de Android será Jelly Bean. Además, es probable que sea lanzado hacia noviembre, como Ice Cream Sandwich fue lanzado el año pasado, si bien vemos un problema evidente ahí: si la anterior Gingerbread fue rápida en extenderse a un buen número de dispositivos, ICS está siendo extremadamente lenta.

Apenas un 1% de los móviles y tablets Android disfrutan de ICS, y casi un 30% aún cargan con 2.2 Froyo, lo que se traduce en una fragmentación a todas luces excesiva, por no hablar de que aún se venden dispositivos (Motorola FlipOut o Sony Ericsson Xperia x10 Mini Pro, sin ir más lejos) con Android 2.1 instalado, y sin posibilidad de actualización.
Google debe remediar este problema, y esto pasa necesariamente por forzar a fabricantes y operadoras a dejar de interferir en el sistema operativo como lo están haciendo. Esto ha provocado situaciones realmente sangrantes, como retrasos de varios meses para que los usuarios de ciertas operadoras puedan actualizar algunos dispositivos, o que sencillamente la actualización no llegue por decisión unilateral del fabricante. El ejemplo más reciente: el Samsung Galaxy S, terminal extremadamente popular, no va a recibir la actualización a ICS porque, según la propia Samsung, la actualización cabe y es compatible pero no tienen espacio para añadir las personalizaciones de la marca, como TouchWiz.
Android es un verdadero desastre en este apartado, y necesitamos que se llegue a una solución. Es, hasta un cierto punto, comprensible que los fabricantes no se esfuercen en mantener los dispositivos que ya han vendido al día dada su condición de simples vendedores de hardware, pero Google no puede permitirse la sensación que esto produce en el usuario.