Se habla mucho de la España vaciada. Bueno, se habla desde hace unos meses, la verdad. No es que sea un tema nuevo, pero es ahora cuando se ha convertido en una presencia habitual en los medios de comunicación. En realidad, podemos pensar que la España vaciada consiste únicamente en pueblos perdidos y aislados, con su iglesia, sus cigüeñas, una tienda de ultramarinos y personas sentadas en el banco del bar (si hay), viendo pasar la vida.
En parte es así. Hay muchos y muy bonitos pueblos repartidos por toda España, que se están redescubriendo gracias, por ejemplo, al Camino de Santiago que discurre por muchos de ellos. Pero la España vaciada, entendida como aquella donde se descuidan los servicios básicos que facilitan que acudan más personas a “llenarla”, se extiende incluso a las localidades limítrofes y periféricas de poblaciones con miles de habitantes.
En el momento en el que estamos, además, cuando no queda más remedio que atender a las clases o teletrabajar como parte de las medidas de confinamiento a raíz de la propagación del Coronavirus, es cuando se han hecho manifiestas las carencias de la España de dos velocidades: la de banda ancha mediante fibra o cable y la de las conexiones heredadas que siguen usando ADSL para llevar Internet a los hogares. Y las diferencias son tan notables que hacen que los alumnos o los trabajadores se enfrenten a una desigualdad que, en muchos casos, les impide desarrollar sus labores de aprendizaje o las obligaciones laborales de un modo normal y realista.
Cuando un alumno disfruta de conexiones de fibra simétrica de 600 Mbps y otro tiene que apañarse con 3 Mbps de bajada y 600 kbps de subida, tenemos órdenes de magnitud para la desigualdad que alcanzan 200 órdenes y 1.000 órdenes respectivamente. La conexión que se da como suficiente para desarrollar tareas “digitales” es de 30 Mbps. Aquí los órdenes de magnitud son de y 10 y de 50, pero siguen siendo enormes.

Volviendo al ejemplo del Camino de Santiago, no hace falta más que una app como Speedtest en nuestro Smartphone conectado a la WiFi del albergue donde estemos hospedados para comprobar cómo en muchos de ellos no se llegan ni a los 3 “megas” de bajada ni a los 600 Kbps de subida. Es decir, la subida no llega en muchos casos ni a 1 “mega”. Y en pueblos periféricos o limítrofes con poblaciones más grandes, sucede lo mismo en muchas ocasiones.
¿Por qué sucede?
Las compañías que se encargan de hacernos llegar los servicios de Internet, por desgracia, no son ONGs. Tienen muy bien calculadas las inversiones que tienen que hacer para conseguir un retorno de la inversión interesante. En las ciudades, por ejemplo, si el operador “X” despliega una red de fibra, sabe con mucha certeza que tendrá a miles de usuarios potenciales “tirando” de una misma troncal de fibra, distribuida convenientemente a los edificios de los alrededores donde viven decenas o incluso centenares de habitantes por cada portal.
Durante décadas, Telefónica tenía el monopolio de los cables de cobre que hacían llegar el teléfono a nuestras casas. Y de las centralitas que distribuían los pares de cobre a los miles de abonados de cada calle. Ese cable de cobre, eventualmente, pasó a transportar datos. Primero con los módem de 14,4 Kbps, 28,8 Kbps o 56,6 Kbps. Luego con el ADSL y RDSI. Estas modalidades seguían usando el par de cobre. En las centralitas, se instalaban las tarjetas de interconexión entre las troncales de Internet y los pares de cobre que llegaban a cada abonado.

Las velocidades de ADSL dependían enormemente de la distancia del abonado a la centralita. A menor longitud, mejores velocidades de ADSL. Hablamos de distancias que podían ser de unos cientos de metros o incluso kilómetros. En las zonas rurales, por ejemplo, los cables telefónicos podían tener distancias de cuatro, cinco o más kilómetros. Con esas longitudes, las velocidades de Internet eran, a lo sumo de entre 2 Mbps y 6 Mbps para la bajada. La subida es una fracción de la velocidad de bajada en ADSL.
Después, llegaría el cable, mejorando ADSL de un modo claro. Y después llegaría la fibra óptica, que es donde estamos ahora, al menos en las ciudades. El problema, es que el ADSL se ha quedado en aquellas poblaciones donde la densidad de población no alcanza el mínimo requerido para conseguir beneficios a partir de la instalación de redes de fibra o de cable. Poco a poco, España se ha ido “fibrificando”, pero esencialmente en las ciudades.
El número de conexiones de ADSL está en torno al 35 por ciento con algunas comunidades como Extremadura que están cerca del 48%. No en vano, Extremadura es el paradigma de la España vaciada. Teniendo en cuenta la cifra de hogares en España, que alcanza los 18.535.900, tenemos que unos 6,5 millones de hogares siguen teniendo como medio de conexión ADSL. Es decir, el par de cobre. Por otro lado, tenemos que, en muchas ocasiones, el ADSL que se mantiene es el que no interesa reemplazar por fibra, que es precisamente el que exhibe una mayor distancia entre la centralita y el hogar.

Las estadísticas de banda ancha fija, sin embargo, hablan de un 86.1% de conectividad de este tipo. La razón estriba en que, en muchas ocasiones, las compañías contabilizan un ADSL de los de 3 Megas de bajada como una conexión de banda ancha. A estas alturas, el ADSL de 10 “Megas” también es una conectividad deficiente, en tanto en cuanto no permite ofrecer servicios convergentes, al tiempo que la velocidad de subida se limita a apenas 1 Mega.
La banda ancha móvil: solo para el móvil
El uso del Smartphone como dispositivo para acceder a Internet se está extendiendo, y en muchas ocasiones es la alternativa a una conexión de banda ancha fija que no permite acceder a servicios convergentes. Pero, en muchos casos, los datos disponibles son limitados.
Las empresas proveedoras de Internet empiezan a ofrecer banda ancha fija a través de redes 4G, pero, como veremos luego, no está exenta de letra pequeña.
A modo de resumen, el panorama de la conectividad en España ofrece una “foto” de dos velocidades: los que cuentan con fibra (o cable) y los que se quedan con ADSL. Puede parecer que con un ADSL de 10 Mbps tenemos de sobra, pero recuerda que la velocidad de subida está seriamente limitada en las conexiones que usan el par de cobre para llevar los datos.
Esta “foto” habla de que entre un 25% y un 30% de los hogares siguen sin tener una velocidad de conexión de al menos 30 Mbps. Se les cobran cantidades similares a las que paga un usuario de fibra en una ciudad, pero sin acceso a servicios convergentes como la televisión, o sin poder acceder a servicios como Amazon Video, Netflix o HBO, por no hablar de plataformas de teletrabajo donde se necesitan velocidades de subida más generosas.

<
Hay, no obstante, otras soluciones no siempre conocidas, que pueden ofrecer la velocidad necesaria para acceder a servicios de Internet del siglo XXI incluso en zonas poco favorecidas.
Algunos enlaces de interés:
Datos INE
Ontsi Red.es
Informe de cobertura de banda ancha 2018